Uno empieza a saber que está
ante una obra maestra, cuando su lectura trasciende y soporta, sin ningún
esfuerzo, el paso del tiempo. Y es que han pasado casi noventa años de la
publicación de esta obra; pero apenas precisa de actualización alguna para
comprender que los temas que plantea (racismo, segregación, fanatismo
religioso, la influencia del medio en la persona, la violencia…) siguen estando
vigentes, en ocasiones literalmente, a veces con una simple pátina de colorido:
la grisura sigue ahí apenas se rasca.
Son tantas las lecturas que
se pueden hacer de esta novela que sobrepasa el objeto de esta pequeña
entradilla. Sólo diremos que nosotros nos hemos dejado llevar por el estilo y
estructura narrativa (con ese magistral manejo del tiempo), la recreación de
una atmósfera sórdida en la interacción de la geografía física y humana (con su
entramado de laberintos psicológicos).
Después llegó la reflexión
acerca de lo que Faulkner nos ha podido decir. Con ese final abierto del que no
solemos participar, pero que nunca vimos tan necesario.
“Pasa también allí sus tardes
de sábado, solo, mientras los demás obreros callejean por la ciudad con sus
trajes de domingo y sus corbatas, presas de esa ociosidad terrible, reticente y
sin objeto de los hombres habituados al trabajo” Pág. 39
“No se ha movido. Su voz es
tranquila. Y Byron ya se ha enamorado de ella, aunque todavía no lo sabe.
No la mira. Pero siente que aquellos
ojos graves, intensos, están clavados en su rostro, en su boca” Pág.
46
“Byron oyó aquello en
silencio, pensando para sí mismo que la gente es igual en todas partes, pero
que, según parece es en las pequeñas ciudades – en las que el mal es más difícil
de cometer, más difícil de guardar en secreto- donde las gentes llegan a
inventar más historias de unos y de otros; basta con una cosa: tener una idea,
una sola y única idea y susurrarla al oído de los demás”. Pág.
58
“Porque la gente no olvida mucho
más tiempo que el que recuerda” Pág. 59
“Con esa forma de actuar de
los negros que, como no tienen noción del tiempo, no saben tomar una decisión” Pág.
60
“Porque – piensa Byron- cuando
una cosa se convierte en costumbre, siempre está a mucha distancia de la verdad
y de los hechos” Pág. 61
“Se suele decir que sólo
puede engañar el embustero empedernido. Pero a menudo ocurre que el embustero
empedernido y crónico sólo se miente a sí mismo. El hombre cuyas mentiras se
aceptan más fácilmente es aquel que durante toda su vida ha tenido fama de
veraz” Pág. 70
“Es posible que fuera no sólo
porque siempre se acaba uno encontrando a alguien de la misma calaña, sino
también porque no se puede evitar que el de la misma calaña le encuentre a uno”.
(que Chrismas se asociara con Brown) Pág. 71
“Pues ya había aprendido que,
si los niños pueden concebir a los adultos como adultos, los adultos en cambio,
sólo pueden concebir a los niños como adultos también” Pág.
114
“Y era todavía demasiado
joven para saber hablar sin decir nada” Pág. 117
“Así pues, no esperaba volver
a verla nunca, porque el amor, en los jóvenes, no necesita más esperanza que
deseo para alimentarse" Pág.143
“Por aquí nos odiaban. Éramos
extranjeros, éramos yanquis (…) consideraban que veníamos a incitar a los
negros al asesinato y a la violación, y que éramos un peligro para la
supremacía de los blancos” Pág. 203
“Ahora sé que lo que
convierte en imbécil a un hombre es su incapacidad para seguir los buenos
consejos que se da a sí mismo” Pág. 220
“El acre olor de carne
sedentaria y mal lavada” Pág. 251
“Y hablan tranquilamente, sin
calor, tomándose tiempo para pesar sus palabras, como dos hombres ya
inexpugnables en la firmeza de sus convicciones” Pág.
257
“pues una de las más felices
facultades de la mente humana es la de poder ignorar lo que la conciencia se
niega a asimilar” Pág. 278
“Byron, mirando la cara
inconsciente, tiene la sensación de que el hombre entero huye lejos de aquella
nariz que se mantiene, invencible, con un resto de orgullo, de valor, que se
alza por encima de la pasividad de la derrota como una bandera olvidada sobre
una fortaleza en ruinas” Pág. 294-295
“Es la hora en que la tarde
muere con un último reflejo color cobre. Es la hora en que más allá de los
arces enanos y del bajo rótulo, la calle está disponible y vacía, encuadrada
por la ventana del escritorio, como un escenario” Pág.
378