jueves, 30 de enero de 2020

Luz de agosto. WILLIAMS FAULKNER. Seix Barral, 1983


  Uno empieza a saber que está ante una obra maestra, cuando su lectura trasciende y soporta, sin ningún esfuerzo, el paso del tiempo. Y es que han pasado casi noventa años de la publicación de esta obra; pero apenas precisa de actualización alguna para comprender que los temas que plantea (racismo, segregación, fanatismo religioso, la influencia del medio en la persona, la violencia…) siguen estando vigentes, en ocasiones literalmente, a veces con una simple pátina de colorido: la grisura sigue ahí apenas se rasca.
  Son tantas las lecturas que se pueden hacer de esta novela que  sobrepasa el objeto de esta pequeña entradilla. Sólo diremos que nosotros nos hemos dejado llevar por el estilo y estructura narrativa (con ese magistral manejo del tiempo), la recreación de una atmósfera sórdida en la interacción de la geografía física y humana (con su entramado de laberintos psicológicos).
  Después llegó la reflexión acerca de lo que Faulkner nos ha podido decir. Con ese final abierto del que no solemos participar, pero que nunca vimos tan necesario.

“Pasa también allí sus tardes de sábado, solo, mientras los demás obreros callejean por la ciudad con sus trajes de domingo y sus corbatas, presas de esa ociosidad terrible, reticente y sin objeto de los hombres habituados al trabajo” Pág. 39

“No se ha movido. Su voz es tranquila. Y Byron ya se ha enamorado de ella, aunque todavía no lo sabe. No  la mira. Pero siente que aquellos ojos graves, intensos, están clavados en su rostro, en su boca” Pág. 46

“Byron oyó aquello en silencio, pensando para sí mismo que la gente es igual en todas partes, pero que, según parece es en las pequeñas ciudades – en las que el mal es más difícil de cometer, más difícil de guardar en secreto- donde las gentes llegan a inventar más historias de unos y de otros; basta con una cosa: tener una idea, una sola y única idea y susurrarla al oído de los demás”. Pág. 58

“Porque la gente no olvida mucho más tiempo que el que recuerda” Pág. 59

“Con esa forma de actuar de los negros que, como no tienen noción del tiempo, no saben tomar una decisión” Pág. 60

“Porque – piensa Byron- cuando una cosa se convierte en costumbre, siempre está a mucha distancia de la verdad y de los hechos” Pág. 61

“Se suele decir que sólo puede engañar el embustero empedernido. Pero a menudo ocurre que el embustero empedernido y crónico sólo se miente a sí mismo. El hombre cuyas mentiras se aceptan más fácilmente es aquel que durante toda su vida ha tenido fama de veraz” Pág. 70

“Es posible que fuera no sólo porque siempre se acaba uno encontrando a alguien de la misma calaña, sino también porque no se puede evitar que el de la misma calaña le encuentre a uno”. (que Chrismas se asociara con Brown) Pág. 71

“Pues ya había aprendido que, si los niños pueden concebir a los adultos como adultos, los adultos en cambio, sólo pueden concebir a los niños como adultos también” Pág. 114

“Y era todavía demasiado joven para saber hablar sin decir nada” Pág. 117

“Así pues, no esperaba volver a verla nunca, porque el amor, en los jóvenes, no necesita más esperanza que deseo para alimentarse" Pág.143

“Por aquí nos odiaban. Éramos extranjeros, éramos yanquis (…) consideraban que veníamos a incitar a los negros al asesinato y a la violación, y que éramos un peligro para la supremacía de los blancos” Pág. 203

“Ahora sé que lo que convierte en imbécil a un hombre es su incapacidad para seguir los buenos consejos que se da a sí mismo” Pág. 220

“El acre olor de carne sedentaria y mal lavada” Pág. 251

“Y hablan tranquilamente, sin calor, tomándose tiempo para pesar sus palabras, como dos hombres ya inexpugnables en la firmeza de sus convicciones” Pág. 257

“pues una de las más felices facultades de la mente humana es la de poder ignorar lo que la conciencia se niega a asimilar” Pág. 278

“Byron, mirando la cara inconsciente, tiene la sensación de que el hombre entero huye lejos de aquella nariz que se mantiene, invencible, con un resto de orgullo, de valor, que se alza por encima de la pasividad de la derrota como una bandera olvidada sobre una fortaleza en ruinas” Pág. 294-295

“Es la hora en que la tarde muere con un último reflejo color cobre. Es la hora en que más allá de los arces enanos y del bajo rótulo, la calle está disponible y vacía, encuadrada por la ventana del escritorio, como un escenario” Pág. 378