domingo, 6 de febrero de 2011

Yo no vengo a decir un discurso. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. Mondadori. 2010

Aunque sólo fuera por leer su disertación respecto al oficio de periodista, merecería la pena leer este libro de García Márquez.

Sobre lo poco que le han atraído los discursos en general:

“Primero de todo, perdónenme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de veinte o treinta personas, no delante de doscientos amigos como ahora… estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza.” pág. 11

Una de sus obsesiones intelectuales y vitales: América Latina.

La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó trescientos años para construirse su primera muralla y otros trescientos para tener un obispo; que Roma se debatió en las tinieblas de la incertidumbre durante veinte siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI, los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna…” pág. 26

Respecto de Cortázar..

“…pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo… fue el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer.” Pág. 86-87

En América Latina existe…

… Mi compatriota Augusto Ramírez me había dicho en el avión que es fácil saber cuándo alguien se ha vuelto viejo porque todo lo que dice lo ilustra con una anécdota. Se es así, le dije, yo nací ya viejo, y todos mis libros son seniles. Una prueba de eso lo son estas notas” pág. 91

De nuevo sobre América Latina

Su afirmación ilustraba muy bien la idea que siempre han tenido de nosotros los eurpeos: todo lo que no se parece a ellos les parece un error y hacen todo por corregirlo a su manera, como los Estados Unidos. Simón Bolívar, desesperado con tantos consejos e imposiciones, dijo: “Déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media” pág. 93

Respecto del oficio de periodismo, “el mejor oficio del mundo”.

El oficio se aprendía en la salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Pues los periodistas andaban siempre juntos, hacían vida común y eran tan fanáticos del oficio que no hablaban de nada distinto del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulantes y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran” pág. 106

“Algunos se precian de que son capaces de leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estas transgresiones éticas obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo: el síndrome de la chiva. No los conmueve el fundamento de que la buena primicia no es la que se da primero sino la que se da mejor.” pág. 112

Sobre Cien años de soledad:

“Parecerá mentira pero uno de mis problemas más apremiantes era el papel para la máquina de escribir. Tenía la mala educación de creer que los errores de mecanografía, de lenguaje o de gramática, eran en realidad errores de creación, y cada vez que los detectaba rompía la hoja y la tiraba al canasto de la basura para empezar de nuevo. Con el ritmo que había adquirido en un año de práctica, calculé que me costaría unos seis meses de mañanas diarias terminar el libro” pág. 133